A cada rato pensaba que el libro era precioso y a la página siguiente lo encontraba terrible. Y luego precioso y de nuevo terrible. Pero me gustó mucho eso, porque hasta lo terrible estaba hermosamente narrado.

Me gustó también la honestidad al transmitir los grises de la vida y del amor. Del amor a un padre violento y del temor hacia él también.

Me gustó que el feminismo se colara en cada palabra sin ser explícito ni moralista, sino todo lo contrario. Lo encontré feminista por mostrar a mujeres pertenecientes a la misma familia y sin embargo tan distintas, enfrentándose al desafío de conocerse y amarse; por la representación del patriarcado de una forma tan evidente y siempre tan amigo de la religión; y sobre todo -y justamente- por las contradicciones de la protagonista, por explicitar el cuestionamiento constante a sí misma y el replanteamiento de lo aprendido.

En tiempos de tantos juicios de valor y pauta moral, es un alivio leer la complejidad de los sentimientos de mujeres, de mujeres víctimas de violencia, dejando un rato de lado los argumentos sobre el bien y el mal. Porque las relaciones no son obvias ni fáciles cuando eres Kambili y reflexionas con el corazón.