Esta novela del siglo XIX lo tiene todo.

Toca, aunque sea superficialmente, todas las tropes de los libros más modernos. Novela histórica, lo tiene; suspenso, lo tiene; romance (el viejo y confiable, el de realeza, el age gap y el sáfico), los tiene o los insinúa. Tiene aventuras, aires de terror, familia encontrada y mucho más… todo plasmado en la escritura de manera hermosa y eso es lo que lo convierte en un clásico que sigue vigente casi 180 años después de publicado.
Por momentos tan correcto, y en otros tan irónico, me hizo reír en voz alta y me estrujó un poquito el corazón.
Sin embargo, sin perder de vista que tiene todos estos años, a la lectura toma un poco de tiempo acostumbrarse por lo lento, lo formal de sus diálogos y, a veces, lo repetitivo (por haber sido un libro publicado en entregas).

El comienzo; la presentación de Edmundo y sus conocidos y el ardid para encarcelarlo, me pareció muy elaborado y bastante lento.
La transformación del personaje; su estancia en la prisión y su amistad con el abate Faria, el escape del Castillo de If… impresionantes. Todo es muy emocionante.
La llegada del Conde al mundo; el carnaval de Roma, la asociación con los delincuentes y la presentación con la alta sociedad de París me aburrieron un poco… La inclusión de cada vez más personajes, aunque parte esencial de la historia, me abrumó y me impacientó. Igualmente, el Conde es un personaje impresionante que conoce a todas las personas indicadas para lograr sus cometidos, los más pequeños y los más grandes.
Al comenzar la quinta parte los eventos se precipitan y el ritmo se vuelve frenético; llegó el momento de la venganza y, si fuera posible, de la redención.

El final no decepciona.