A review by ilovewongkarwai
La niña del faro by Jeanette Winterson

4.0

No sabría decir exactamente de qué trata este libro pero es hermoso. Tal vez es sobre una niña huérfana que come oscuridad, escucha a los pájaros y roba libros; un Pew que no es y sí es el mismo Pew; un Stevenson que no construía faros; un Darwin que da consejos a un hombre triste; un hombre que es dos hombres pero es uno... O sobre el amor, el mar, la luz, historias de marineros o cómo se creó el universo.

La forma en la que Winterson narra esta historia que es muchas historias es como escuchar una canción tranquila que huele a sal, o como recordar algo que nos contaron hace años cuando éramos niños, o cómo descubrir un nuevo cuento de hadas. Cada imagen que Jeanette crea da ganas de conservarse de alguna forma: ponerla en un marco, hacerla collar, fosilizarla y llevarla en el bolsillo, guardarla en una botella y arrojarla al mar.

El final no fue tan maravilloso como esperaba, pero puede ser porque, como dice Pew, ninguna historia tiene final.

Dejo algunas cosas que subrayé:

—¿Por qué Babel Dark no se casó con Molly?
—Dudaba de ella. Jamás debes dudar de la persona a la que amas.
—Pero puede que no te diga la verdad.
—No importa. Dile tú la verdad.
—¿Qué quieres decir?
—No puedes ser la honradez de otra persona, pequeña, pero sí puedes ser tu propia honradez.
—Entonces, ¿qué debería decir?
—¿Cuándo?
—Cuando ame a alguien.
—Deberías decirlo.


Hay gente que dice que las mejores historias no tienen palabras. No les criaron para ser fareros. Es cierto que las palabras se desvanecen y a menudo las cosas realmente importantes no se dicen. Las cosas importantes se aprenden en los rostros, en los gestos, no en nuestras lenguas encarceladas. Las cosas auténticas son demasiado pequeñas o demasiado grandes, o en cualquier caso nunca tienen el tamaño adecuado para encajar en el templo llamado lenguaje. Eso ya lo sé. Pero también sé otra cosa, porque me criaron para ser farera. Apaga el bullicio del día a día y al principio sentirás el alivio del silencio. Luego, muy quedo, tan quedo como la luz, regresa el significado. Las palabras son la parte del silencio que puede ser hablada.


El psiquiatra asintió y me aconsejó que fuera a verle una vez por semana para someterme a observación, como si fuera un nuevo planeta. Cosa que, en cierto sentido, era verdad.


En cuanto a mí, estoy fragmentado por la fuerza de olas enormes. Soy el cristal de colores de la vidriera de una iglesia destrozada hace tiempo. Encuentro fragmentos de mí por doquier y me corto al cogerlos.


En los fósiles que dan fe de nuestra existencia no hay rastro alguno del amor. No lo encontraréis atrapado en la corteza de la tierra, a la espera de ser descubierto. Los largos huesos de nuestros antepasados no muestran nada de sus corazones. Su última comida a veces se conserva en la turba o en el hielo, pero sus emociones y pensamientos han desaparecido.


El cuerpo humano sigue siendo la medida de todas las cosas. Es esta la escala que mejor conocemos. Este ridículo metro ochenta ciñe el globo y todo cuanto contiene. Hablamos de pulgadas, de pies, de palmos, porque es eso lo que conocemos. Conocemos el mundo por y a través de nuestro cuerpo. Este es nuestro laboratorio. No podemos experimentar sin él. También es nuestro hogar. El único que realmente poseemos. Nuestro hogar está donde está el corazón.


Soy medio civeta, medio gato ratonero. ¿Qué hacer sobre lo salvaje y lo doméstico? El corazón salvaje que quiere ser libre y el corazón doméstico que quiere volver a casa. Quiero que me abracen. No quiero que te acerques demasiado. Quiero que me levantes en tu mano y me lleves a casa durante la noche. No quiero decirte dónde estoy. Quiero tener un lugar entre las rocas donde nadie pueda encontrarme. Quiero estar contigo.


No pienso en el amor como en la respuesta o la solución. Pienso en el amor como en una fuerza de la naturaleza, poderosa como el sol, igual de necesaria, de impersonal, de gigantesca, de imposible, tan devastadora como generadora de calor, tan culpable de las sequías como dadora de vida. Y que, cuando se extingue, el planeta muere. Mi pequeña órbita de vida gira en torno al amor. No me atrevo a acercarme más. No soy un místico en busca de la comunión final. No salgo sin mi protector solar. Me protejo.


Sé que las cosas auténticas de la vida, las cosas que recuerdo, las cosas que hago girar en las manos, no son casas, cuentas bancarias, premios ni ascensos. Lo que recuerdo es el amor, todo el amor, el amor por este camino de tierra, por este amanecer, por un día junto al río, por el desconocido que conocí en un café. Incluso por mí misma, que es lo que más cuesta amar, porque el amor y el egoísmo no son lo mismo. Es fácil ser egoísta. Es duro amar al ser humano que soy.


Sonreíste, te pusiste en pie y saliste a la luz del sol. Quizá fuera la luz en tu rostro, pero creí reconocerte, haberte visto en algún lugar muy abajo, en algún lugar del fondo del mar. Algún lugar en mí.