La historia de amor entre Anna Karenina y Vronski es un señor dramón de los que gusta disfrutar de vez en cuando. Una obra sobresaliente en la que Tolstoy se mete en la cabeza de los personajes para que conozcamos sus motivaciones y sufrimientos al tiempo que les acompañamos en su evolución. Si solo fuera por esto no habría tenido problemas en ponerle cuatro o cinco estrellas.

Mi problema con la novela ha sido que, en función del número de páginas que dedica a cada personaje, hubiera podido titularse perfectamente "Konstantin Levin" en lugar de "Anna Karenina". Claro, que una descripción que mostrara algo así como "El treintañero Konstantin Levin pasa sus días en el campo, ocupándose de las tareas de su finca, mientras refexiona sobre el amor, el campesinado ruso, el sentido de la vida y la religión" no creo que llamara la atención de muchos lectores.

Por ahí he leído que Tolstoy usa a Levin como contrapunto de amor sereno frente al apasionado de Karenina. Y la idea está bien. El problema es que también lo usa como medio para hacernos partícipes de sus reflexiones sobre la vida y, llegando al final, la religión. Hasta el punto que la última de las ocho partes de la novela, la más breve de todas, he acabado leyéndola en diagonal deseando que se acabara de una vez, lo que es un broche bastante triste para un libro que, durante muchos pasajes, he disfrutado bastante.