Hay libros que nos dejan una huella casi imperceptible que no notas hasta que la chispa del recuerdo te deriva a la relectura. Eso es lo que me pasó con Los Ojos del Perro Siberiano. La primera vez que me sumergí en la historia fue cuatro años atrás, en la clase de literatura de tercer año del secundario. Hoy, un tiempo después, vuelvo a entrometerme en estas páginas para encontrarme con el mismo joven que nos cuenta con profunda tristeza su vida desde que su hermano se fue de la casa, los motivos que lo llevaron a eso y su muerte, junto con el lazo que se creó entre ambos a pesar del remolino de emociones y pensamientos que abrumaba a nuestro protagonista aun cuando era un niño.
Es una lectura amena, que me permitió experimentar sentimientos encontrados con nuestros personajes, principalmente con Ezequiel; no sé si eso se debe a que siempre quise un hermano mayor o el hecho de que yo también lo soy y pude comprender muchas de las cosas que él le contaba a su hermano menor.
Desde un principio, sabemos en qué depara el libro, sin embargo es inevitable la tristeza que te invade a medida que avanzas con la lectura y ves que es irremediable aquel final contundente.
Es un libro lleno de enseñanzas ocultas, con un mensaje firme hacia la actitud de una sociedad que intenta ocultarla a toda costa, la importancia de dejar atrás los prejuicios y vivir junto a nuestros seres queridos todo lo que podamos porque "lo incierto avanza sobre lo cierto".