Ya sabemos todos que soy una sucker por una buena novela costumbrista, por estas autobiografías ficcionadas al más puro estilo Elvira Lindo, pero es que esta novela me ha destrozado. Creo que con esta reseña no voy a añadir nada nuevo de lo que ya se ha dicho sobre este libro, pero solo quería plasmar mi amor por él. La historia de Alana es dura y bonita a la vez, contada con mucho amor, pero a la vez, con mucha brutalidad. Este oxímoron se mantiene durante todo el libro, puesto que juega con sus dos partes: la masculina y la femenina. Me ha parecido maravilloso el hecho de que se critiquen tanto los roles de género, no solo la feminidad y ese deseo de ser femenina, sino también la masculinidad. Ella es capaz de reconocer que, en ciertas ocasiones, se aprovecha de ese privilegio de parecer un hombre, algo que le duele, no solo a su identidad de género, sino también a la sociedad entera por la injusticia de que ser mujer te haga más vulnerable. Es una novela eminentemente política, donde se reclamaban unos espacios y una seguridad para la gente queer y del colectivo LGTB, las mujeres y que trata muchísimo el tema de las clases. También considero que debe haber sido un libro muy doloroso de escribir, pues al ser su biografía, se refiere a sí misma en masculino y hasta usa su deadname. Aun así, creo que todo ese dolor merece la pena, porque hace que la obra sea más sincera y auténtica, además de hacer comprender mejor a todas aquellas personas cis lo que es ser trans. Porque puedes ser muy aliada y tal, pero, al fin y al cabo, creo que esta es una de esas experiencias que nunca vas a llegar a entender del todo si no has pasado por ellas. Alana es, simplemente, maravillosa. Su libro es una joya traída del cielo y se merece todo el hype que recibe. Yo solo espero que esta novela se convierta en el lugar seguro de mucha gente queer.